Descentralización y distribución del conocimiento

January 26, 2008 – 5:47 pm

De múltiples maneras, nuestro mundo, nuestra sociedad y nuestra cultura se están viendo atomizados. No en el sentido de “ahhh es el fin del mundo”, o de que el tejido social se está descomponiendo y la vida ya no tiene sentido. Más bien, en el sentido de que la vieja cultura de masas a la cual nos habíamos acostumbrado se está viendo a sí misma desagregada, reducida a elementos más pequeños que utilizan los mismos canales de distribución, pero los mensajes que circulan no son ya los mismos homogéneos, uniformes de unos pocos transmisores. Los efectos de este proceso son paradójicos, o cuando menos irónicos: allí donde la sociedad y la cultura de masas engendraron al individuo moderno, individualista y aislado, el fenómeno complementario de hoy pareciera estar generando, más bien, individuos que responden al desarraigo con una profunda necesidad de comunidad.

Pero esto ni siquiera es un proceso de descentralización de la cultura. Sí, se está rompiendo con un centro, pero no se está cambiando el modelo por uno de muchos centros transmitiendo a otros muchos nodos. En cambio, el modelo parece ser uno distribuido: donde cada nodo, o cada persona, no es solamente un receptor de contenido, sino potencialmente un transmisor, que se comunica no sólo con unos pocos centros, sino que tiene la capacidad de vincularse directamente con otros nodos como él mismo. Las consecuencias de esto son enormes, pero enfoquémonos por un momento en las que atañen al proceso del conocimiento: donde antes, pocos centros mantenían el monopolio que decidía lo que era o no conocimiento, quién sabía y quién no (nominalmente, por ejemplo, las universidades), en un modelo como éste encontramos que no existen tales referentes. O mejor dicho, existen, pero no se sitúan a priori como jerárquicamente privilegiados en la escala del conocimiento. La sociedad así articulada se encuentra frente a un problema de lo que significa la autoridad, quién decide las cosas, quién sabe las cosas, porque el conocimiento deja de ser un elemento generado en unos pocos centros y luego distribuido a los extremos, sino que su transformación es un proceso distribuido llevado a cabo colaborativamente.

En otras palabras: aunque es cierto que las universidades trabajan con conocimiento, no es menos cierto que yo, aquí, con ustedes lectores, estamos también haciendo lo mismo. No tenemos credenciales que nos respalden, sino que el valor de lo que aquí hagamos dependerá exclusivamente del impacto que consigamos, de nuestros resultados, de nuestra efectividad, del valor de las propuestas a las que lleguemos. Los medios disponibles nos permiten hoy articular procesos de creación y transformación de conocimiento que no sean refrendados o reconocidos por los centros tradicionales de autoridad y conocimiento institucionalizado.

Pero entonces, ¿cómo es que definimos quién sabe de lo que habla y quién no? Pues porque, en la misma medida que se da la distribución, los múltiples nodos se agrupan y asocian conformando comunidades -un impulso que parecería responder de manera sugerente el desarraigo de la Modernidad (y no, ésta no es una apología posmodenista). Es decir, mientras que antes los mismos mensajes homogéneos debían apelar a sectores más amplios del público, cuando encontramos en cambio una diversidad más amplia de emisores y mensajes, se vuelve posible que nos concentremos en aquellos sectores de discursos que más apelan a nuestros intereses. De esta manera, se empiezan a articular comunidades en torno a objetivos e intereses comunes.

Estas comunidades recorren una serie de etapas a lo largo de su proceso de formación, pero lo interesante es que en el camino lo que generan son miembros articulados que se vuelven competentes en el área de experiencia que la comunidad trabaja. Usualmente, un proceso de esta naturaleza empieza por medio del compartir conocimiento: donde un grupo de individuos comparten un interés común, empiezan a reunirse e intercambio información al respecto, y así construyen una base común de conocimiento a la vez que empiezan a formular un lenguaje común en el cual poder comunicarse. Este lenguaje compartido les permite inaugurar nuevas posibilidades en la medida en que, como miembros de la comunidad, encuentran el espacio que requieren para formular sus propios ensayos, sus propias contribuciones, y el espacio de la comunidad se convierte en un espacio creativo de participación. El conocimiento de la comunidad en su conjunto se ve de esta manera ampliado, así como el status de sus miembros se ve modificado en su marco: se constituye una suerte de meritocracia, donde los miembros con los mejores aportes reciben un mayor reconocimiento. La autoridad, entonces, deja de ser algo reflejado por las credenciales sino que se vuelve más bien un asunto del reconocimiento en función a la participación que el individuo, como miembro de una comunidad, lleva a cabo.

De esta manera, las cuestiones relevantes a la colaboración, las comunidades y el conocimiento se encuentran profundamente intervinculadas. Esto, claro, en el marco de los grandes procesos sociales que estamos experimentando actualmente. Generamos así espacios de intercambio, donde los individuos pueden, sobre todo, equivocarse: hacer ensayos que potencialmente fracasen dentro de laboratorios más o menos controlados. Los costos de transacción son así infinitamente menores a los que encontramos en comunidades más amplias, y más rígidas, como son las comunidades académicas o universitarias. Pero sobre todo se trata de que los espacios se encuentran mucho menos definidos con claridad, en la misma medida en que la información y el conocimiento se vuelven el elemento común entre diferentes contextos. Las habilidades más importantes que adquirimos, en el marco de diferentes comunidades, son las que nos permiten formar parte de estos procesos de intercambio y construcción colaborativa. No se trata ni siquiera de aprender un conjunto de conocimientos o manejar información; lo importante es, más bien, una vez que la tenemos, saber cómo hacer algo interesante con ella.

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